Tuesday, July 17, 2007

Capitulo 3

Hola, gente. Disculpad el retraso pero es que he tenido dos semanas infernales en el trabajo, saliendo muy tarde y con pocas ganas de ponerme a escribir al llegar a casa.
Hay tanto que contar desde el último email que me va a dar para escribir dos o tres correos de los míos.
Veamos, si no recuerdo mal lo último que os conté es que estaba a punto de firmar el contrato de mi nuevo apartamento en Seattle pero que no había podido hacerlo por la nevada (os adjunto algunas fotillos que he conseguido de ese día; la última es del apartahotel, por cierto). Pues bien, al final no hubo problemas y al día siguiente pude ir a hacer todo el papeleo (después, eso sí, de tirarme 25 minutos quitándole la nieve al coche y el hielo a las cerraduras y los limpiaparabrisas). Hora y cuarto me tuvieron después en el edificio de los apartamentos rellenando formularios y contestando preguntas. Por suerte, la jefa suprema del edificio resulto ser canadiense y gracias a eso le pude entender cuando hablaba (la frontera esta a solo 100 millas de aquí, pero hay que ver lo que cambia la cosa). Y es que, como ya os conté, lo del acento yanqui me esta empezando a tocar los chapulines. Un amiguete de por aquí, muy fino él, dice que parece que todos los americanos llevaran una p… en la boca cuando hablan, y no le falta razón. En el poco tiempo que llevo en USA me he dado cuenta de que solo hay dos tipos de yanquis: Los que son capaces de vocalizar y de pronunciar palabras de más de una sílaba y los que no. Los del primer grupo son los presentadores de telediarios, mientras que los del segundo (el 99.99% restante) asumen sin rubor sus limitaciones y se dedican a partir por la mitad todas las palabras largas para quedarse solo con el primer trozo. Si a eso le sumas las diferencias de vocabulario y el que parece que siempre estuvieran masticando chicle, resulta dificilísimo entenderles.
Aquí a las tiendas las llaman ‘almacenes’, a los supermercados, ‘comestibles’, a los cines, ‘teatros’, a los teatros, ‘espectáculos’.. y así con todo. Llegas pensando que sabes inglés y enseguida te das cuenta de que en realidad solo sabes “británico” (o “inglés europeo”, como dicen estos), que no se parece en casi nada. Y no solo a la hora de pronunciarlo, sino también de escribirlo (estoy hasta los huevos de los “ain’t” los “gonna”, los “gotta”, los “daya” y demás abreviaturas absurdas). Y como encima te toque un negro, entonces ya sí que vas listo, porque aparte de que parece que estuvieran siempre cantando cuando hablan, además utilizan una jerga particular y absolutamente ininteligible para mí (vamos, que viene a ser como si a un noruego que ha estudiado español con un profesor mejicano le pones de repente a charlar con un gitano de Huelva).

Bueno, que me estoy yendo por las ramas. A lo que iba: Finalmente pude terminar el papeleo e instalarme sin más problemas. El precio del alquiler tendré que renegociarlo la semana que viene, pero no se va a salir del margen de los 1100-1200$. Os parecerá muy caro, y efectivamente lo es, pero tenéis que tener en cuenta que, por un lado, esta es una de las ciudades más caras de los EEUU, y por otro, que aun así salgo ganando dinero con el cambio, ya que el hotel le cuesta a la empresa 1650$ al mes y esa diferencia me la abonan en mi cuenta. También he tenido que comprar algunos muebles adicionales, pero gracias a San Ikea no me va a salir demasiado caro (el otro día me llevé una lámpara, una mesa de café, una estantería, un póster y una mesita para la tele, todo por 110$ de nada).

Me siguen encantando las vistas y he reorientado la cama para que lo último que vea antes de cerrar los ojos por las noches sea el Space Needle iluminado. Me equivoqué cuando os dije que la ventana estaba orientada al sur. En realidad lo está al este, pero no importa porque lo fundamental es que el apartamento tiene muchísima luz.
Aparte de eso, las zonas comunes del edificio están también que te cagas: Tenemos un gimnasio bien equipado, una piscina climatizada (igual que en los apartamentos Harbor), una sauna, un spa-jacuzzi-loquesea (vamos, una minipiscina de agua caliente al aire libre justo al lado de la piscina), y una sala de televisión por cable y pantalla gigante con una zona de conexión gratuita a Internet (para quien tenga una tarjeta wi-fi y ordenador modernillo, que no es mi caso). Todo gratis. Y luego también hay una sala con lavadoras y secadoras de ropa, que cuestan un dólar cada una. En fin, que no me quejo.
La ciudad voy conociéndola poco a poco y la verdad es que no tiene demasiados intríngulis. Resulta muy fácil orientarse y moverse por ella, ya que tiene la típica distribución de rejilla de todas las ciudades americanas: Las calles orientadas de norte a sur se identifican por un número y las que las atraviesan lo hacen perpendicularmente y tienen nombres sencillos y cortos. Yo por ejemplo vivo en “la Cuarta con Wall”, es decir, en la 4ª Avenida, a la altura del corte con Wall Street. Las manzanas están numeradas y tienen todas el mismo tamaño, así que es muy fácil estimar a que distancia estás de un sitio solo con saber el número del portal en que te encuentras (tomad nota de mi dirección, por cierto, por si algún día queréis mandarme una postal o un paquete bomba: 2515 4th Ave. Centennial Tower, Ap. 1002. Seattle, WA 98121 ).

Llamadme insociable si queréis, pero yo me encuentro mucho más a gusto con la amabilidad distante de la gente de aquí que con la cordialidad extrema de Everett.
Y es que tanta educación puede llegar a resultar cansina. Le contaba el otro día a alguno de vosotros, como ejemplo, lo que supone ir al supermercado cuando vives allí: Nada más entrar por la puerta, todas las cajeras que no están atendiendo a alguien se vuelven inmediatamente para darte las buenas tardes con una sonrisa. Cuando estás por los pasillos, cada dos por tres se te acerca el encargado o un reponedor a preguntarte si encuentras lo que buscas y si está todo correcto (‘do you find everything OK, sir’?). Cuando vas a pagar a caja lo primero que hacen es preguntarte que tal te ha ido el día (como si te conocieran de toda la vida, vamos), luego te meten ellos mismos la compra en la bolsa y finalmente se despiden deseándote que pases una buena tarde. Dicho así puede parecer maravilloso, pero al final acaba siendo algo incómodo. En Seattle la gente es un pelín más borde, como pasa en todas las grandes ciudades, pero para mi es preferible así. Salvo por un detalle: Aquí te pitan en cuanto haces una pirula con el coche, mientras que en Everett no protestaba nadie y esperaban educadamente a que les dejaras paso libre (y eso, cuando te mueves en un sitio que no conoces y donde las señales de trafico son tan diferentes, se agradece mucho, la verdad).
Además, lo que os decía, que vivir durante mucho tiempo en ese hotel perdido en las afueras iba a resultar superagobiante. Alguien me decía el otro día que el edificio se parece mucho a la casa de Norman Bates, pero lo cierto es que esos pasillos interminables y esa moqueta de color zurripardo (gracias por el palabro, Eva) a mí me recuerdan mucho más al hotel de ‘El Resplandor’ (redrum, redrum…. ¿os acordáis? :-)




En cuanto al curro, como ya os decía al principio, TENGO MUCHO. En principio íbamos a venir ocho personas, pero al final nos quedamos en dos por problemas de espacio, así que cuando nuestro jefe nos dijo que entre Iker y yo tendríamos que hacer el trabajo de los ocho nos lo tomamos a broma... Pero no, resultó que hablaba en serio. Por suerte, la semana pasada ya entregamos la mayor parte de lo que teníamos que hacer y a lo largo de esta el pico de trabajo ira disminuyendo progresivamente, espero. En cualquier caso, a finales de mes llegan refuerzos, así que supongo que ya no será tan duro.
Como ahora ya tengo mi tarjeta definitiva, he podido dar libremente algún que otro paseo por las instalaciones de Boeing (lo de “libremente” es un decir, porque hay algunas zonas y naves en las que se desarrollan proyectos militares y por tanto tienen acceso restringido). Os puedo asegurar que el edificio en el que me encuentro es verdaderamente impresionante. Los que conocéis las fábricas y la línea de montaje de Airbus en Getafe solo podéis haceros una pequeñísima idea de lo que es esto. No sé las dimensiones exactas del mamotreto, pero no me extrañaría que tuviese kilómetro y pico de largo y otro tanto de ancho (o sea como ir caminando desde la puerta de la entrada norte de Airbus hasta el edificio de cristal de la puerta sur, pero TODO BAJO TECHO). La altura tampoco es moco de pavo, calculo que debe de tener unos cuarenta metros (como un edificio de trece plantas, más o menos). Por dentro hay ‘calles’ por las que circulan constantemente coches, camiones, máquinas y bicicletas, con señales de trafico pintadas en el suelo, carriles independientes para peatones y hasta postes con carteles indicando el nombre de cada una (por cierto, que la que lleva al comedor que utilizo habitualmente se llama ‘E street’, como el grupo de Bruce Springsteen). Para circular por ahí te obligan a llevar unas gafas de plástico bastante grandes e incómodas (si alguno de vosotros quiere hacer un poco el ridículo le puedo llevar unas en la maleta cuando me vaya). Dentro hay también cafeterías, tiendas, plantas de oficinas, grúas inmensas y hasta pequeñas canchas de baloncesto para que se relajen de vez en cuando los curritos de la línea de montaje. Una cosa digna de verse, vamos.
Tanto gigantismo tiene sus inconvenientes, sin embargo. Las cafeterías y comedores están lejos, igual que los aparcamientos exteriores; los servicios (que aquí se llaman ‘restrooms’ y no ‘bathrooms’ ni ‘toilets’ como en Inglaterra) están también concentrados en determinadas zonas para que sean igual de (in)accesibles a todo el mundo, y se encuentran en un nivel inferior al de las oficinas, lo cual probablemente convierte a mi planta en la mas grande del mundo sin lavabos, pero os juego lo que sea a que eso no han intentado registrarlo en el libro Guinness de los Records.
Otras dos cosas que no me gustan del edificio son que no tiene ventanas y que los techos están todos al descubierto, con las tuberías de agua, las instalaciones del aire acondicionado y los mazos de cables eléctricos, todo a la vista.
En la parte positiva (como decían en el ‘un dos tres’), está la variedad de gente y de nacionalidades que hay por aquí. Me decía Mathew, un ghanés a punto de jubilarse que tengo al lado, que currar en el B-747 es casi como hacerlo en las Naciones Unidas. Y es verdad, porque aparte de los yanquis, tenemos rusos, indios, japoneses, ingleses, mejicanos, franceses, brasileños, vascos...
(Vale, esto último ha sido una maldad, pero es que me llegó al alma lo de encontrarme una ikurriña por ahí plantada nada mas llegar el primer día).

¿He dicho ya que tenemos rusos? Si, me parece que sí, pero es que son los que más se dejan ver por mi zona (bueno, más que los rusos, las rusas, que yo no sé que les darán de comer a estas chicas en su país, que la mitad de ellas parecen auténticas top models, de verdad). Eso sí, trabajo deben de tener más bien poco, los y las ‘tovarisch’, porque se pasan todo el santo día tomando café en el office (lo del café aquí en Seattle es toda una institución, pero de ese tema ya os hablaré otro día, porque da para un correo de varias páginas).
La gente que trabaja en Boeing es de lo más variopinta que os podéis imaginar. En la siguiente columna a la mía, por ejemplo, hay un tío que todos los días viene a currar vestido de cow-boy y con sobrero vaquero (no se lo quita ni delante del ordenador). Y lo curioso es que nadie parece fijarse en él, lo cual me parece estupendo. Supongo que en un país de inmigrantes como este (o emigrantes, según se mire), es natural que la gente no se sorprenda de casi nada.

Por desgracia para mí, la mayoría de la gente que conozco de Madrid trabaja en el otro avión, el 787, en un edificio más pequeño situado en otra parte de las instalaciones, así que no les veo por allí nunca (ellos sí que tienen un comedor decente, por cierto). En mi grupo la gente parece ser bastante más sosa y cerrada (los de Vitoria tienen fama de serlo), así que salvo con Iker no creo que vaya a hacer muchas migas con nadie. Una pena.

El coche me lo quitaron ayer mismo, por cierto (snif). El tipo que se encarga de organizar esto, Jorge, echó cuentas y vio que en mi zona de apartamentos teníamos 5 coches para 11 personas, y como en teoría tocamos a tres por vehículo, decidió devolver uno a la compañía que los alquila. Y mira tú por dónde fue el mío el ‘afortunado’. No puedo quejarme, porque hasta ahora había tenido mucha suerte y la mayor parte del tiempo solo lo tuve que compartir con una persona (e incluso durante una semana lo tuve para mi solo). Ya le había cogido cariño a mi Buick, con sus más de 5 metros de largo, sus asientos de polipiel y sus doscientos y pico caballos de potencia, pero qué se le va a hacer... Incluso te permitía configurar el ordenador de a bordo para que los mensajes aparecieran en español y el velocímetro indicara la velocidad en kilómetros por hora, en vez de millas. Y ahora me he tenido que acoplar en un Hyundai Sonata de mierda, ¡puaj! (que en el fondo probablemente sea mejor coche, pero es que yo detesto todo lo que huela a coreano).
Lo siento también por ti, Manuel, que ya no podrás probar un genuino carro americano cuando vengas a verme en mayo. En fin, mejor no pensar más en ello, snif, snif...


Bueno, lo voy a dejar aquí de momento, que ya llevo cuatro páginas y no quiero aburriros. En el próximo os cuento los pocos viajes que he hecho y algunas cosas curiosas que he visto por aquí (siempre que sea posible, con fotos). Por cierto, vosotros también podéis escribirme de vez en cuando, mamoncet@s. Hala, hasta luego.